martes, 27 de octubre de 2009

SIMON BOLIVAR



Caracas, 24 de julio de 1783 - Santa Marta, 17 de diciembre de 1830
Militar y político, libertador de América del Sur. Nació en el seno de una familia de la aristocracia criolla, con posesión de grandes recursos agrícolas y ganaderos. A los tres años quedó sin padre y a los nueve murió su madre. Vivió, a partir de entonces, teniendo como tutor a José Sans, jurisconsulto que le proporcionó profesores que cuidaron de su formación. Entre ellos, ejerce una influencia decisiva sobre él, Simón Rodríguez, hombre ilustrado que había asimilado las ideas de Rousseau y de la Revolución francesa y que acabaría siendo su tutor.
En 1799, Bolívar viaja a España, donde estudia Matemáticas en la Academia de San Fernando. En 1802 viaja a Francia: aprende el idioma y contacta con las nuevas ideas políticas, sociales y filosóficas. Ese mismo año contrae matrimonio con Mª Teresa Rodríguez del Toro: ocho meses después, muere la dama española. Para Bolívar es un duro impacto. Volvió al viejo continente y viajó de nuevo por España, Francia e Italia, interesándose vivamente por la política: conoce sociedades secretas y a importantes personalidades, e ingresa en la masonería. En 1807 regresa a Caracas; el movimiento independentista ya está en marcha.
Con el estallido en España de la guerra contra los franceses se forman, también en América, las Juntas Provinciales, base de su propia revolución. Bolívar viaja a Londres y regresa con Miranda. Comienza el período insurreccional y todo se viene abajo con la conquista de Puerto Cabello por los realistas: la defensa de la plaza correspondía a Simón Bolívar. Amargado se refugia en Cartagena de Indias y se entrega por completo a su formación teórica, política y militar. En 1812 prepara la invasión de Venezuela; consigue éxitos iniciales y un profundo avance: conquista Cucuta, Mérida y Trujillo. Obtiene el apoyo de numerosos cabildos -municipios con independencia del poder real- , pero Bolívar es derrotado en los Llanos por Bobes y Morales en 1814. Tiene que emigrar a Jamaica, donde desarrolla una importante actividad literaria. Busca la ayuda extranjera en Inglaterra y en Haití. En esos años, Fernando VII se reincorpora al trono español.


En 1816 realiza una nueva tentativa: su preferencia por la conquista de Caracas le hace cometer errores que posibilitan su derrota un año más tarde. Sin embargo se consigue al fin la unidad interna de los revolucionarios, eliminando el principal obstáculo de la independencia. Bolívar consigue la alianza con Páez y los llaneros. Recibe apoyo económico de Inglaterra y algunos regimientos de voluntarios. En 1818 inició su avance, campaña tras campaña, hasta proclamar un año más tarde la independencia de Colombia y parte de Venezuela y fijar el esquema estructural del nuevo estado americano en el Congreso de Angostura de 1819. Inmediatamente arremete con la conquista de Nueva Granada: no tarda mucho en ocupar Santa Fe. Acontece entonces, en la península, la rebelión de Riego, quien debía con sus tropas embarcar para restablecer la situación en América. En diciembre de ese año -1820- se proclama la República de Gran Colombia (Nueva Granada, Venezuela, Ecuador) y se nombra a Bolívar su presidente. Un año después se completa la independencia de Venezuela y en 1822 la de Ecuador. Bolívar se entrevista con San Martín -dirigente de la rebelión independentista en el Sur (Argentina, Chile...)- e impone sus criterios políticos republicanos. Consolida un sistema de alianzas, dotadas de gran efectividad, de los países independientes y arremete la conquista de Perú, la que concluyen en 1824 con la batalla de Ayacucho. El proceso de liberación se considera concluido: Latinoamérica es independiente del poderío español.
La obra de Bolívar se centrará en la tentativa de reunir las repúblicas independientes bajo una federación. Su fracaso se prevé desde el primer momento: el Congreso de Panamá sólo sirve para agudizar discrepancias entre los no demasiados asistentes. La unificiación era obstaculizada también por EE. UU. e Inglaterra, así como por los intereses oligárquicos locales. El sistema bolivariano se frustra, no pasa de ser un proyecto sobre el papel y un débil intento en la realidad. Aparecen rivalidades internas que producen guerras civiles en las repúblicas e incluso enfrentamientos entre ellas, aparecen dictaduras militares... En 1830, se separan Nueva Granada y Venezuela; tres años antes ya lo había hecho Perú y, dos nada más, Bolivia.
Simón Bolívar presenta su dimisión como político y se retira, desilusionado y enfermo, a Santa Marta.
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BOLIVAR Y SAN MARTIN.
El coronel Simón Bolívar (1783-1830) había nacido en Caracas, aunque de ascendencia vasca, pero había sido educado según las ideas de la Enciclopedia y se afilió a la masonería. Inglaterra le ayudó y pronto se puso en contacto con Miranda. En Caracas, Bolívar y Miranda proclamaron la independencia en 1811, pero las fuerzas reales españolas al mando de Monteverde derrotaron a los rebeldes y tomaron prisionero a Miranda, al que deportaron a España, donde murió, prisionero en Cádiz. Bolívar continuó la lucha y después de derrotar a los españoles en San José de Cúcuta, se apoderó de Caracas en 1813, donde le fue otorgado el título de Libertador. Sin embargo, en 1815 sufrió una derrota que le obligó a buscar refugio en Jamaica. El hecho se debió a motivos de clase y políticos. Los criollos, es decir, los hacendados, apoyaban a los sublevados al frente de los cuales luchaba Bolívar, pero frente a ellos estaban, los "llaneros", capitaneados por el español Boves, hombre de la llanura, campesinos pobres que se unieron a los realistas y vencieron en La Puerta y Aragua. La Junta de Bogotá, al frente de la cual estaba Antonio Nariño, fue derrotada por el general Morillo al frente de diez mil hombres, el cual pacificó Venezuela y se apoderó de Santa Fe de Bogotá y Cartagena de Indias. Parecía que la causa de la independencia estaba perdida cuando de la Argentina partió un nuevo empuje que las tropas realistas ya no pudieron detener. El caudillo de esta nueva etapa guerrera fue el general José de San Martín (1778-1850). Éste se había educado en Madrid y tomado parte en la guerra contra los revolucionarios de la Convención y en la batalla de Bailén. En 1812 se fue a la Argentina, su patria, donde conoció a O'Higgins y en 1816 organizó el Ejército de los Andes, cuya primera acción fue atravesar la citada cordillera y derrotar a los realistas chilenos en la batalla de Chacabuco (1817). Al año siguiente, nombrado ya Director Supremo, proclamó la independencia de Chile, asegurada por el triunfo de Maipú. Partiendo de Chile y con una escuadra improvisada desembarcó en las costas del Perú, y en 1821 San Martín conseguía ocupar Lima, que las tropas del virrey La Serna habían abandonado. Aquel mismo año un Cabildo creado al efecto declaró la independencia del Perú. San Martín fue nombrado Protector del Perú y en 1822 se entrevistó con Bolívar, pero las divergencias entre los dos jefes eran muy acusadas y llegaban a la rivalidad. Tanto era así, que San
Martín cedió el mando a Bolívar y se marchó a Europa. Murió en Francia el año 1850. En 1819 Bolívar había derrotado a los realistas en Boyacá, victoria que le permitió conquistar Bogotá y Nueva Granada, alcanzando la independencia de la Gran Colombia. La victoria de Carabobo (1821) que le había dado Venezuela, lo erigió en Libertador y jefe del Estado que en ella se formó. Por haberse sublevado Riego en España, el cuerpo expedicionario que debía reforzar a los realistas del Ecuador y Perú no llegó y le fue fácil a Bolívar dominar, con ayuda de Sucre, todos los territorios de la Audiencia de Quito. El ejército español del Perú fue derrotado en 1824 en la batalla de Junín, y en el mismo año Sucre venció a los realistas en Ayacucho.
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Independencia de Hispanoamérica
Tarde o temprano habían de separarse de España los pueblos que creían haber llegado a la mayoría de edad. El ejemplo de los Estados Unidos obraba como un aliciente fortísimo, pero fueron las doctrinas de la Ilustración, y de un modo especial el ejemplo de la Revolución Francesa, las que impulsaron a los criollos a desear la separación. A fines del siglo XVIII existía en América un ambiente de oposición a la política excesivamente centralista de los Borbones. Incluso se habían producido algunos conatos de lucha, como el caso del caudillo indio que se hacía llamar Tupac Amaru, y que al frente de grupos de indígenas luchó contra las tropas españolas en el Perú, pero todos los casos más o menos esporádicos fueron reprimidos con energía por los virreyes. Al mismo tiempo castigaron con gran severidad toda propaganda de tipo subversivo o liberal que se realizara en las colonias. Uno de los primeros intelectuales que empezó a sembrar la semilla de la libertad fue el colombiano Antonio Nariño (1765- 1823). Ya en tiempo de Carlos III, y más tarde durante el reinado de Carlos IV, los ministros que tuvieron cierta visión política, como Floridablanca, e incluso Godoy, aconsejaron a los monarcas españoles conceder cierta autonomía y sustituir a los virreyes por infantes de España, con lo cual la unión de los reinos americanos sería puramente personal y podrían elegir sus gobernantes y administrarse con cierta libertad respecto la burocracia española. Los soberanos se negaron a aceptar reformas fundamentales y aunque Carlos III permitió la libertad de comercio con numerosos puertos españoles, entre ellos el de Barcelona, con lo cual Sevilla perdió el monopolio que ejercía desde la conquista, las medidas adoptadas para hacer frente a un cambio político fueron escasas e inútiles. Los criollos, hijos de españoles que se sentían americanos, veían cómo iba cobrando importancia el comercio y prosperaba el país que seguía en manos de "gachupines", es decir, gentes venidas de España al amparo de un nombramiento real. Por esta razón fueron casi siempre criollos, en general grandes terratenientes, los que dieron mayor impulso a los movimientos revolucionarios de independencia. Junto a ellos existían elementos intelectuales en contacto con las logias masónicas de Londres y Cádiz, encargadas de infiltrar la doctrina secesionista y liberal en los medios cultos de cada país. Cuando España cayó bajo el poder napoleónico y se quedó sin rey, las colonias no quisieron reconocer a Bonaparte y aprovecharon la ocasión para crear movimientos separatistas que al principio sólo pretendían reformar la estructura de la administración. Tampoco aceptaron la autoridad de la Junta Suprema de España y crearon sus propias Juntas, que fueron el germen de los gobiernos independientes. Como la metrópoli no podía ni impedir ni dirigir este movimiento, los hechos se produjeron en los primeros momentos sin apenas resistencia por parte de las tropas realistas españolas, pero cuando Fernando VII recuperó el trono se produjo una violenta reacción contra el levantamiento y se formalizó la lucha.
FRANCISCO DE MIRANDA. Había nacido en Venezuela (1756-1816) y fue un tipo extraordinario, mezcla de aventurero y hombre de armas. En el Ejército español había alcanzado la graduación de capitán y cuando estalló la guerra por la independencia de los Estados Unidos combatió al lado de Washington para pasar luego a Francia y unirse a los girondinos cuando la Revolución. En 1806 intentó desembarcar en Venezuela para ponerse al frente del movimiento separatista que empezaba a actuar, pero los criollos no le secundaron por una razón digna de tenerse en cuenta: le apoyaba descaradamente Inglaterra. Los criollos deseaban cortar la unión con España, pero no someterse al dictado de otra potencia que, de haber triunfado en aquel momento Miranda, hubiese ejercido una influencia decisiva. Más tarde volvió a surgir esta figura y tomó parte activa en movimientos que luego se relatarán.
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INTERPRETACIONES DE LA INDEPENDENCIA DE AMÉRICA. Hubo un tiempo en que los historiadores de Europa explicaban la independencia de América como el resultado ineludible d una ley biológica: los pueblos que alcanzan su mayoría de edad, los pájaros que crían alas y se alejan de sus padres. Tal habría ocurrido con España y sus hijas americanas. Esta teoría respondía, en cierto modo, a un fatalismo histórico, a algo inexorable que obedecía a leyes biológicas y no había podido evitarse. No obstante, pronto surgieron otras teorías. Las doctrinas racistas del conde de Gobineau y del inglés Chamberlain, que se fundaban en las diferencias de las razas para explicar los procesos históricos, hicieron creer, especialmente a los americanos, que la independencia de América había sido producto del choque entre indios y españoles o criollos y españoles. Los nativos, por envidia, rivalidad o simple odio a sus padres, habrían hecho una revolución para ocupar los empleos que, de otra manera, no podían alcanzar. La teoría racista coincidió en cierto modo con la económica, nacida de las doctrinas de Carlos Marx y Federico Engels. Los americanos, según los creyentes en esta interpretación histórico-económica, estaban hartos de las prohibiciones comerciales que imponía la Madre Patria. El monopolio de los comerciantes de Cádiz habría hecho pensar en la independencia del Nuevo Mundo y ésta se habría realizado en los momentos en que España estaba en guerra con Napoleón y no podía dominar debidamente a los sublevados. Han creído en esta doble interpretación los más eminentes historiadores de América y, en particular, de la Argentina, donde todavía es enseñada, como Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López y otros muchos. A comienzos del siglo XIX surgieron otras interpretaciones. El francés Marius André creyó que América se había sublevado y hecho independiente por amor a la religión católica, temerosa de que los ingleses alejasen el catolicismo y los americanos cayesen en el protestantismo o el ateísmo. Las guerras de México, donde los rebeldes eran acaudillados por los sacerdotes Hidalgo y Morelos, podían ser un ejemplo y una prueba. La teoría de André causó sensación, porque rompía con las tradiciones económicas y racistas; pero pronto se comprobó que no era exacta, que no coincidía con la realidad. La independencia del Nuevo Mundo, incuestionablemente, había nacido de otras causas. ¿Cuáles podían ser? Como reacción aparecieron dos nuevas interpretaciones. Una atribuía a la sociedad secreta de la masonería los trabajos que habían llevado a la independencia. Sus fundamentos eran firmes. Los grandes hombres de la independencia, como San Martín, Miranda, Bolívar, Belgrano y tantos otros habían sido masones. Pero otra teoría significó la anulación de esta última interpretación. La independencia, aseguraron unos autores, nació en las conspiraciones de los jesuitas expulsados por el rey Carlos III en 1776. Para recuperar sus bienes y vengarse de un monarca adverso a la orden, habrían contribuido a producir la independencia del Nuevo Mundo. Fue, entre otros, un padre jesuita, el reverendo Padre Miguel Batllori, quien demostró la inconsistencia de esta tesis. En la Argentina, en torno al 1910, nacieron las primeras dudas sobre las tesis tradicionales. Fue el jurista José León Suárez quien expuso la teoría de que la independencia argentina no nació de causas económicas o raciales, sino de ideales políticos y que, en un principio, los americanos no estuvieron en contra de Fernando VII, sino a su favor. La independencia habría surgido más tarde, al desengañarse los americanos de los propósitos fernandistas. Esta teoría encontró la oposición de los historiadores argentinos y americanos más destacados de aquel entonces. El doctor Ricardo Levene y otros, siguiendo a Mitre y a Vicente Fidel López, defendieron la vieja tesis economista y racista y, además, agregaron una teoría conspiracionista de políticos que se reunían en asambleas misteriosas y trabajaban por la independencia del Nuevo Mundo. El precursor Miranda los habría guiado desde Londres con su correspondencia. Al mismo tiempo, en España, tomaba fuerzas otra interpretación. La Independencia de América habría sido obra de los políticos ingleses. Para vengarse de la ayuda que los españoles habían dado a los colonos de la América del Norte en su lucha contra la Gran Bretaña, los ingleses habrían ayudado secretamente a los hispanoamericanos para separarse de España. La presencia de algunos ingleses en los ejércitos liberales de América sería una prueba confirmatoria. Los historiadores oscilaban entre las influencias indígenas, criollas, inglesas, francesas, económicas y masónicas, sin saber qué rumbo tomar. Las teorías de José León Suárez no eran compartidas por los defensores de tantas otras suposiciones. En 1940 comenzó a hacer oír una nueva interpretación el argentino Enrique de Gandía. A su entender, ninguna de las teorías conocidas estaban en condiciones de explicar satisfactoriamente la génesis de los acontecimientos. La verdad es, según él, muy distinta y fácil de comprender. La familia real española estaba deshecha por sus disputas internas, originadas por la rivalidad que existía entre la política de Manuel Godoy y las aspiraciones del heredero al trono, el joven Fernando VII. El emperador Napoleón se aprovechó de esta división para su
beneficio, atrayéndose a las dos partes y usurpando luego el trono de España para dárselo a su hermano José. El pueblo español primero se libró de Manuel Godoy, el "Príncipe de la Paz", por medio del motín de Aranjuez, en marzo de 1809 y en seguida se levantó contra los franceses, en Madrid, el 2 de mayo de ese mismo año. Y España, sin rey ni autoridades, comenzó a gobernarse por sí misma. En cada ciudad se formó una junta popular que regía los destinos de la comunidad. Era evidente que el poder de los reyes quedaba desbordado por un pueblo que ansiaba liberarse no sólo de los franceses, sino de la secuela fatídica de los borbones. Las juntas se levantaban sobre el principio de los derechos naturales del hombre. Los hombres son libres e iguales. Santo Tomás ha enseñado que Dios da el poder a los hombres cuando se reúnen en sociedad y que éstos pasan una parte de ese poder a un gobernante, hasta que se lo retiran si el gobierno no cumple sus mandatos. Sobre este principio se gobernó el pueblo español en su lucha contra los franceses. América recibió emisarios españoles que inducían a las principales ciudades a crear juntas como en España. Esto se conjugaba con la creciente necesidad de las colonias de liberarse de esa avasallante situación caótica que imponía sus reales en el comercio, en las actividades ecónomicas internas y en todas las manifestaciones de vida activa. Así es como se intentó crear algunas juntas, pero los gobernadores y virreyes, que no querían perder sus empleos, no las aceptaron sino hasta muy tarde, cuando la Junta Central ya gobernaba a nombre de Fernando VII. La primera junta de este tipo en América fue instalada en Montevideo, por Martín de Alzaga, en 1808. Es interesante consignar que Alzaga, destacado combatiente contra las invasiones inglesas a Buenos Aires y síndico de esa ciudad, fue condenado por su actividad realista después de la instalación del Primer Gobierno Patrio. La instalación de juntas gubernativas en América se aceleró con la noticia de la caída de la Junta Central que obedecía a Fernando VII. El 19 de abril de 1810 se creó la Junta de Caracas y el 25 de mayo la Junta de Buenos Aires, luego de una fallida junta organizada por el mismo virrey Cisneros con el objeto de detener las pretensiones patriotas de gobierno propio. La creación de las Juntas en América, según Gandía, no fue una solución definitiva. Habían seguido el ejemplo de España, es cierto, pero muchos políticos querían seguir el ejemplo diferente: la obediencia a un Consejo de Regencia que se había instalado en Cádiz. Este consejo, ilegal, formado por su propia voluntad, sin el voto de los españoles ni de los americanos ni el conocimiento de Fernando VII, pretendía mandar sobre toda América. Para ello aseguraba a las autoridades existentes que las mantendría en sus puestos. Es lógico que se apresurasen a reconocerlo y obedecerlo y se entablase, por tanto y en seguida, una lucha feroz entre los partidarios de las Juntas populares y los defensores del Consejo de Regencia. El historiador Gandía ha señalado y destacado estos hechos como factores que presentan la antiguamente llamada revolución americana como una perfecta guerra civil. No hubo, según él, revolución en América en contra de España ni de Fernando VII. En todas las ciudades en donde se suspendió o echó a los virreyes fue por el odio que todos, españoles y criollos, tomaron hacia la situación existente en el gobierno español, en su dinastía real y a las arbitrariedades que dichos factores provocaban. Al mismo tiempo, al aclamar en todas partes a Fernando VII, se afirmaba la esperanza de conseguir una situación apta para el desenvolvimiento liberal de todos los territorios del tambaleante imperio español. Hay historiadores que creen en una posible "máscara de Fernando VII", es decir, en una simulación de innumerables políticos y todos los pueblos de América, que habrían proclamado su fidelidad a Fernando y habrían deseado, secretamente, la instauración de un sistema de gobierno independiente. Es evidente que ha habido ciertos americanos que en ello confiaban y perseveraban. El ejemplo de Mariano Moreno en el Río de la Plata es aleccionador. Pero en su conjunto, las condiciones para la independización total de los pueblos americanos de la dominación española aún no estaban a punto y por ello es que se produjeron tantas vacilaciones, incertidumbres y fracasos en las medias tintas del primer período independendista que podemos hacer extender, generalizando, hasta 1816. Por esta razón, los partidarios de la escuela "simulacionista" son cada día menos. La independencia, según la tesis que ellos refutan, llegó cuando los americanos comprendieron que Fernando VII, de regreso al trono, en 1814, no quería permitir un sistema constitucional, ni una forma democrática de gobierno, aún dentro de una monarquía, ni un "status" conveniente para los pueblos e intereses de las antiguas colonias. Para vivir con libertad y constitución, como se ansiaba en España y sostenía el partido liberal, se declaró la independencia de toda América, de las "Provincias Unidas de la América del Sud", como consta en el Acta de la Independencia, en la ciudad de Tucumán, el 9 de julio

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